Por: Eder Cheme
Sonríe, observa y extiende las manos para poner al pie de la lápida de su hija un abundante plato de tallarín recién preparado al que lo acompañan la tradicional colada morada y la Guagua de pan. Así acostumbra Rosa Cachiguango a celebrar el día de los difuntos cada año. Ella es una ciudadana oriunda de Otavalo que prefiere celebrar el día de los difuntos de la forma tradicional, como lo hacían sus padres y abuelos, con abundante comida y vigilia.
Sonríe, observa y extiende las manos para poner al pie de la lápida de su hija un abundante plato de tallarín recién preparado al que lo acompañan la tradicional colada morada y la Guagua de pan. Así acostumbra Rosa Cachiguango a celebrar el día de los difuntos cada año. Ella es una ciudadana oriunda de Otavalo que prefiere celebrar el día de los difuntos de la forma tradicional, como lo hacían sus padres y abuelos, con abundante comida y vigilia.
A diferencia de Rosa, Cristina Pacheco es una joven de 21 años. Su padre falleció cuando ella tenía 4 años y está enterrado en el cementerio de Quinindé. Muy contraria a la tradición prefiere visitar la tumba de su padre cuando no hay aglomeración. Los feriados como el día de los difuntos los aprovecha para vacacionar e irse a la playa. “Tengo una foto de mi padre en vida y una de su tumba, no necesito más que eso para recordarlo, lo llevo en mi corazón. No considero necesario ir al cementerio solo en época de los difuntos, puedo ir cuando yo quiera y mi afecto y cariño por él no se verán afectados”, afirmó mientras miraba las fotos en su celular.
La tradición del día de los difuntos varía de acuerdo al lugar y la cultura, sin embargo, es una fecha conmemorativa donde la fe y la religión se fusionan y toman vida. "Sonría que esta es la única fiesta donde los muertos son anfitriones y los vivos los invitados", exclama Cachiguango mientras intercambia alimentos con otro otavaleño que está parado junto a una tumba contigua. Él, a diferencia de Rosa, está visitando a quien fuera su esposa, pero los une un mismo vínculo, el legado de sus familiares y el afecto ferviente que aún siente por ellos. Sin embargo, al mirar a su alrededor se dan cuenta de que son de los pocos que conservan la tradición y que quienes sí lo hacen son, en su mayoría, personas adultas y de edad avanzada.
El historiador Willington Paredes tomando la cultura como eje central explica a qué se debe esta transición. "Las migraciones han marcado distancias. La rememoración ha sufrido la irrupción del factor turismo. Eso ha creado una línea de desmovilización. Ahora, como irrumpe el turismo, entre ir al cementerio o a la playa, las personas prefieren la playa porque saben que pueden visitar a su familiar cualquier otro día, porque el muerto ya muerto está. Entonces, la tradición es fuerte donde la religiosidad es fuerte, si no hay eso, fracasa”.
Por su parte el antropólogo Saúl Valenzuela explica esta circunstancia desde la dinámica cultural. "En la medida que la cultura es mudable y cambiante, el tipo de ritualidad que tiene que ver con la rememoración va a cambiar. Para aquellos de fuerte tradición antes era masiva la asistencia al cementerio en el día de los difuntos. Ahora es menos porque la cultura lo ha hecho así. El día de los difuntos formaba parte de una ritualidad obligatoria, ahora ya no. Si usted va al cementerio ve pocos jóvenes que, más van los viejos."
La tecnología es otro aspecto que ha influido en la metamorfosis de la celebración del día de los difuntos. En efecto, las formas de recordar han variado en función de los avances tecnológicos.
Algunas personas tienen una foto de la tumba en su celular y no creen necesario ir. Hay una modificación de la tumba real y la representación virtual. Las formas de rememoración y ritualidad han cambiado. Antes iban al día de los difuntos parientes de tercer grado, ahora solo lo hacen quienes tienen un vínculo directo, padres, hijos, esposos, etc., sostiene Paredes con gesto de resignación.
En la provincia de Manabí, según indica Clotilde Solórzano, quien nació en Rocafuerte en 1935, la tradición consistía en asistir al cementerio, limpiar y pintar las tumbas y velar a los seres queridos por largas horas. “Recuerdo que para el día de los difuntos nos quedábamos con mi esposo hasta la madrugada en el cementerio pero ahora eso ya no se ve. Las personas, si van, prefieren hacerlo en el día y de manera rápida, las noches ya no son las mimas en el cementerio, está vez fui y me di cuenta de que ya no era igual, había pocas personas”.
Los antropólogos afirman que cada rito es un proceso cultural diferente que está sujeto a cambios, debido a la inserción cultural. El día de los difuntos invita al vivo a interrelacionar al muerto en su cotidianidad, lo cual crea una estructura religiosa-material que se cristaliza en una determinada práctica como llevar comida, cantar, rezar, etc. Alrededor de todo el Ecuador estas formas tradicionales varían. En Morona Santiago, por ejemplo, adultos y jóvenes acostumbran a beber chicha de chonta, hacen largas vigilias mientras permanecen armados con sendas carabinas para evitar que se atente contra sus familiares. Por su parte, la etnia chachi que radica en Esmeraldas acostumbra a construir chozas sobre las tumbas de sus seres queridos y añaden alimentos. Sin embargo, en la mayor parte del Ecuador se celebra con rezos y plegarias.
El historiador Willington Paredes sostiene que la celebración del día de los muertos tiene mucho que ver con la calidad del vínculo y el tipo de relación con quien en vida existió y que permite establecer un nexo diferente ahora. “Lo que se celebra no es la muerte sino el aporte que en vida hizo el difunto a la sociedad y que le permitió ganarse un sitio en la memoria de los demás”, explica.

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